Eso es el amor. Este es el deseo de ver a Dios en otra persona. Este es el deseo de expresar los mejores sentimientos, las mejores cualidades. Esta es la aspiración del alma, que late como un pájaro en una jaula y quiere escapar.
El amor es cuando uno idolatra a una persona, la eleva al cielo, le reza, se para ante él abierto y desnudo como ante Dios. Le confías tu vida, tus miedos, tus sueños, tus sueños, lo más íntimo que hay en ti. Te sacrificas a ti mismo, tu vida. Estás dispuesto a renunciar a todo, dispuesto a dedicar toda tu vida por él. Ves y crees solo en su santidad, su origen divino. Él se convierte para ti en lo más importante del mundo.
Y tu regalo no tiene precio. Tú hiciste a este hombre Dios. Y la tarea de la otra persona es aceptar tu amor, aceptar tu sacrificio. Su tarea es encontrar la fuerza para perseverar, dar esperanza, fe. Su tarea es aceptar que él es Dios. Comprende que no hay otro Dios para él más que tú. No, y nunca ha habido otro Dios efímero viviendo en alguna parte. Tú eres su encarnación, "avatara" es la encarnación terrenal de lo Divino. Tu tarea es aceptar esta responsabilidad, porque lo hace muy feliz. Después de todo, ahora eres lo mejor de su vida, eres el ideal. Te conviertes en motivo de su alegría, inspiración, fuente de fuerza, oración, meditación.
Y tienes razón. Amor sin fronteras, sin tabúes, sin restricciones, sin miedo y sin duda. Después de todo, este es el único milagro real: ver a Dios en otro. Después de todo, Dios siempre estuvo presente allí, ¡y lo viste! ¡Y esto es lo único que te hace verdaderamente vivo!
